martes, 24 de agosto de 2010

ENSAYO SOBRE LAS PASIONES (Th.RIBOT )

Ensayo sobre las Pasiones
(Th.Ribot)


La pasión
Muchos autores han tratado de las relaciones entre la pasión y la voluntad.
Han descrito el periodo de lucha entre la pasión naciente y la actividad voluntaria que, en el estado normal, escoge, cambia, modifica según las circunstancias, y ahora se estrella contra un obstáculo inesperado.
Luego, el fin de la lucha: la pasión en el estado de sistematización completa, invencible, absorbiendo a todo el individuo; la acción por arrastre, no por consentimiento; la desaparición total del poder voluntario.
Inútil es volver sobre estos hechos, tan conocidos y tan frecuentemente descritos.
Pero conviene añadir algunas observaciones finales sobre la actividad motora y sobre su papel variable según la naturaleza de las pasiones.
Aun cuando la opinión vulgar, traducida en los idiomas, no parezca ver en las pasiones sino un estado de sufrimiento (pati) , la sujeción del individuo por una fuerza exterior a él, considerada bajo otro aspecto, la pasión es, por el contrario una de las formas más manifiestas de nuestra actividad.

Fisiológicamente, modifica la inervación centrífuga, eferente, consiguientemente la circulación, la tonalidad vaso motora, la respiración, las secreciones, en resumen, toda la vida orgánica y además los movimientos.

Como las pasiones no son inmanentes,sino activas, las manifestaciones motoras son su emanación directa y forman parte integrante de ellas.
Pero la actividad motora no es idéntica en todas las pasiones, más exactamente en todos los apasionados. Pueden distinguirse dos tipos: el uno de impulso, el otro de detención.
El primer tipo es el de las pasiones llamadas dinámicas, que conservan, lo hemos visto, una afinidad de naturaleza con los instintos, impulsos y emociones.
La pasión parece lanzarse del fondo del individuo, pasa por entero a sus instrumentos, se apodera de ellos, los posee, en ellos se condensa.
Los movimientos adquieren un carácter repentino, una brutalidad, una energía que muchas veces desafían todo freno.
El hombre despliega desordenadamente toda su fuerza, su ser pasa por entero a lo que hace; los más débiles pueden realizar prodigios.
Sus caracteres pueden resumirse así: el elemento motor es el más fuerte, el elemento intelectual es el más débil.
El segundo tipo, es el de las pasiones estáticas, más bien emparentadas con la reflexión que, por su naturaleza, es inhibitoria.
No es ya la fuerza sola, sino otras cualidades de la acción: finura, destreza, sutileza, unión calculada de violencia y de paciencia, de arrebato y de circunspección; suspensión de los movimientos, de los gestos expresivos,

Características Específicas

Tomemos ahora la pasión enteramente formada para tratar de determinar su naturaleza propia y sus caracteres específicos.
Recuerdo de paso que toda pasión comprende tres grupos de hechos: estados motores (deseos, aversiones), estados intelectuales (sensaciones, imágenes, ideas), estados afectivos, agradables, penosos o mixtos, simples o complejos.
Esto se admite por todos, pero como son caracteres comunes a todas las manifestaciones de la vida de los sentimientos, debemos buscar en otra parte lo que pertenece a la pasión y nada más que a ella.
Sus caracteres me parecen reductibles a tres, que son, en orden de importancia: la idea fija, la duración, la intensidad.


1º- El primer carácter esencial, fundamental, es la existencia de una idea fija


O al menos predominante, constantemente activa, que realiza el mismo papel entre los apasionados que la concepción ideal del artista, del inventor cualquiera que sea, del hombre de recta conciencia en su vida moral.
Las ideas fijas y las obsesiones han sido muy estudiadas por los patólogos contemporáneos.
No utilizo de sus numerosos trabajos sino los resultados útiles para nuestro asunto, remitiendo para el resto a las obras especiales.
No se puede identificar, dicen, la idea fija normal con la idea obsesiva.
La primera es querida, a veces, buscada, en todo caso aceptada, y no destruye la unidad del yo.
No se impone fatalmente a la conciencia; el individuo conoce su valor, sabe a donde le lleva y adapta su conducta a sus exigencias.


La segunda es parásita, automática, irresistible. 
Se acompaña, además, de síntomas físicos (angustia, perturbaciones motoras y vasomotoras, etc.), y el yo del obsesionado, confiscado por la idea fija, no tiene lucha posible contra el arrebato.


A pesar de este paralelo, es preciso conceder que el criterio de distinción entre las dos es bastante vago.
Así, se ha de confesar que una concepción artística, científica, mecánica, se impone en ocasiones al espíritu con una tenacidad tal, que el hombre deviene presa suya y no es ya dueño de dirigirla, de guiarla, de recobrarla.
En realidad, desde el punto de vista estrictamente psicológico interior, se es incapaz de descubrir una diferencia positiva entre el caso normal y el morboso, porque en los dos el mecanismo mental es en el fondo el mismo.
El criterio debe buscarse en otra parte.
Para esto es preciso salir del mundo subjetivo y proceder objetivamente; es necesario juzgar la idea fija no en sí misma sino en sus efectos.
Aplicado a las pasiones, este criterio manifiesta una serie continua, que parte de la idea simplemente predominante para terminar en la idea delirante, claramente patológica.
Otra cuestión, que ha suscitado también vivas discusiones, es la naturaleza de la idea fija u obsesiva.
Es este un estado complejo: está formado por elementos intelectuales y elementos afectivo-motores.
De estos dos factores; ¿cuál es el esencial y preponderante?.
La teoría intelectualista responde: el factor primario es la idea, que es independiente de todo influjo afectivo.
Si existen perturbaciones del sentimiento, son siempre accesorias, secundarias, resultan de la coacción ejercida por la idea fija y de la reacción del individuo contra ella; esta es la tesis de Westphal, Meynert, Buccola, Tamburini, Morselli, Hack-Tuke, Magna, etc., bajo diversos normas y diversas formas.
La teoría emocional responde: la idea fija y obsesiva es el resultado lógico de una disposición afectiva, normal o morbosa, que es siempre el hecho primitivo, la causa de que la idea fija es el efecto.
El origen está en la vida de los sentimientos y en las perturbaciones físicas que la acompañan; tal como la angustia.
Esta tesis parece, en la actualidad, la del mayor número (Pitres y Régis, Féré, Séglas, Freud, Paul Janet, etc.)
Adóptese la opinión que se quiera, claro está que en la pasión la idea fija no vale y no obra sino por los estados afectivos y motores concomitantes, y que estos forman la parte mayor del fenómeno total.
Sin embargo, la cuestión de origen no está más que apartada, sin estar resuleta: ¿es el elemento intelectual el que suscita y mantiene el estado afectivo motor?, ¿ocurre lo contrario?.
Esta segunda hipótesis me parece más verosímil y comprobada con mayor frecuencia; pero confieso que es imposible dar la prueba de ello.
No es dudoso que, en la vida, los dos casos se encuentran.
Esta ideas fijas, que obra como un objeto o como un fin, que solicita sin cesar, puede venir de fuera, sugerida por un hecho exterior, como en el amor; o del interior, por la transformación de una aspiración confusa en una concepción clara, como en el ambicioso.
Toda pasión es, por tanto, la especialización de una tendencia atractiva o repulsiva que se concreta en una idea y, por este hecho, alcanza plena conciencia de sí misma.
El individuo se encuentra así dividido en dos partes: su pasión y lo demás.
Sabido es cuán variable es la relación de proporción entre estas dos partes.
En los espíritus sencillos e incultos, esta tiranía de la idea fija se traduce por la fe en un hechizo, en acciones mágicas, etc.
En suma, la idea fija es el signo si no la causa de un aumento de energía, pero con derivación en sentido exclusivo.
Obra como poder motor o inhibitorio.
Este acrecentamiento de energía, esta derivación, efecto de las causas exteriores y sobre todo de esa disposición interior que hemos asimilado a una diátesis, está localizada.
No se puede dudar de que la cantidad de la acción nerviosa (cualquiera que sea la opinión que se tenga sobre su naturaleza) varía de un individuo a otro.
No es posible dudar tampoco de que, en un momento dado, en un individuo cualquiera, la cantidad disponible puede ser distribuida de un modo variable.
La fuerza nerviosa no se gasta del mismo modo en el matemático que especula y en el hombre que satisface una pasión física; una forma de gasto impide la otra, no pudiendo el capital actual ser empleado a la vez en dos fines. 
El estado psico fisiológico que se llama pasión, no se perpetúa sino en detrimento de las funciones normales, se alimenta con su empobrecimiento.
2º - El segundo carácter es la duración.


Es indeterminable: una vida entera, años, algunos meses.
Por vago que pueda parecer este criterio, siempre es suficiente para diferenciar a la pasión de la simple emoción, que es una manifestación pasajera e inestable.
Relativamente la pasión, aún la más corta, es muy larga.
Toda pasión es, pues, estable en grados diversos, porque la derivación en provecho de una tendencia preponderante produce un estado permanente que se opone, parcialmente al menos, a la ley de cambio perpetuo que es la vida normal de la conciencia: todo lo que no tiene relación con esta tendencia permanece en el estado crepuscular; nuestra personalidad queda extraña, no toma posesión de ella.
Hemos hecho ya la observación de que los caracteres inconstantes no son aptos para sufrir verdaderas pasiones, y de que el análisis psicológico debe rectificar en este punto la opinión vulgar que confunde a los impulsivos-emocionales con los apasionados.
Por esto entre los niños en general, no se descubren pasiones, excepto una que se apoya en las necesidades nutritivas, muy desarrolladas, muy fijas, muy exigentes en ellos: la gula. 
Fuera de ellas, algunos casos esporádicos: amor y odio precoces, pasión por el estudio, por las artes mecánicas; y estos casos son excepcionales, porque la pasión, que es una forma intelectualizada de la vida afectiva, supone un grado de inteligencia que los niños no han podido alcanzar, y exige para vivir una cierta fijeza de que son poco capaces.
3º - El tercer carácter es la intensidad.



No es una señal específica siempre clara, como las otras dos, y no aparece en primer término necesariamente inherente a toda pasión.
Esto requiere una aclaración.
El gasto de energía es evidente en las pasiones dinámicas, de aire fogoso y desenfrenado, en el deseo se afirma sin cesar en forma de actos y no se sacia.
No ocurre lo mismo en las pasiones estáticas (odio, fría ambición, avaricia); pero muchas veces la intensidad del esfuerzo no es menor. 
Se ejerce bajo la forma de detención de movimientos; la energía permanece en el estado de tensión.
Así muchos autores definen la pasión por la fuerza, aún cuando la fuerza no sea más que uno de sus elementos constitutivos.
Se presénta aquí un problema análogo al de los niños: los pueblos salvajes, que viven apartados de todo contacto con los civilizados, ¿son capaces de verdaderas pasiones?.
Esta pregunta puede sorprender, porque se admite generalmente que la impetuosidad irresistible de los deseos y aversiones es su característica predominante: de donde se deduce el dominio de las pasiones.
Es siempre la confusión ilegítima entre los impulsivos y los apasionados.
Sería paradójico sostener que los salvajes no sienten algunas pasiones sencillas y primitivas, como la venganza (forma aguda del odio), el amor, la avaricia, el atractivo del juego.
Sin embargo, aunque intensas, son más bien raras y de corta duración.
En el fondo, son estados mixtos, híbridos; formas de transición entre la emoción impulsiva y la pasión: faltan las condiciones intelectuales para asegurar la estabilidad.
A una predisposición que podía devenir una pasión si pudiera devenir crónica, se sustituye una serie de impulsos agudos, bruscos y violentos.
La pasión permanece envuelta en una ganga emocional, incapaz de adquirir sus caracteres propios. 
Inútil es añadir que estas formas híbridas son frecuentes entre las gentes civilizadas. 
Ellas han contribuido en gran parte a impedir u obscurecer la distinción clara entre las manifestaciones del impulso y las de la pasión.

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