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viernes, 22 de julio de 2011

SIGNIFICADO DE LA TÉCNICA DE LA RESPIRACION SOBRE LAS EMOCIONES-(Sobre Textos de Osho)

SIGNIFICADO DE LA TÉCNICA DE LA RESPIRACIÓN SOBRE LAS EMOCIONES(Sobre textos de Osho)





El cuerpo es un grandioso dispositivo mecáni­co; el más grandioso. 
Tienes millones y millones de células, y cada una de ellas está viva. 
De modo que eres una gran ciudad de unos sesenta trillones de células; hay aproximadamente sesenta trillones de ciudadanos dentro de ti, y la ciudad entera funciona muy silenciosamente, sin problemas. 
Es muy complicado. 
Estas técnicas se relacionarán con muchos puntos del mecanismo de tu cuerpo y el mecanismo de tu mente. 
Pero el énfasis recaerá siempre en esos puntos en los que de pronto no formas parte del mecanismo; recuerda esto. 
De pronto no formas parte del mecanismo. 
Hay mo­mentos en los que cambias de marcha.
Por ejemplo, por la noche, cuando te duermes, cambias de marcha, porque durante el día necesi­tas un mecanismo diferente para la consciencia de estar despierto; funciona una parte diferente de la mente. 
Luego te duermes, y esa parte deja de funcionar. 
Otra parte de la mente comienza a funcio­nar, y hay una pausa, un intervalo, un giro. Hay un cambio de marcha. 
Por la mañana, cuando te estás levantando de nuevo, se cambia de marcha. 
Estás sentado en silencio, y de repente alguien dice algo y te enfadas; entras en una marcha diferente. 
Es por eso que todo cambia.
Si te enfadas, tu respiración cambiará de re­pente. 
Tu respiración se volverá irritada, caótica. 
Habrá un temblor en tu respiración; te sentirás so­focado.
Todo tu cuerpo querría hacer algo, romper algo en pedazos; sólo así puede desaparecer el sofoco. 
Tu respiración cambiará; tu sangre adoptará un ritmo diferente, un movimiento diferente. Sus­tancias químicas diferentes tendrán que ser segre­gadas en tu cuerpo; todo el sistema glandular ten­drá que cambiar. 
Te vuelves un hombre diferente cuando estás enfadado.
Hay un coche parado... 
Tú lo arrancas. 
No pongas ninguna marcha; déjalo en punto muerto. 
Dará tirones, vibrará, temblará, pero no se puede mover; se calentará. 
Por eso, cuando estás enfada­do y no puedes hacer nada, te calientas.
El meca­nismo está listo para correr y hacer algo, y tú no lo estás haciendo: te calentarás. Eres un mecanismo, pero, por supuesto, no sólo un mecanismo.  
Eres más, pero el «más» hay que encontrarlo.  
Cuando entras en alguna marcha, todo cambia en tu inte­rior.
Cuando cambias de marcha, hay un giro.
¿Por qué son tan importantes estos giros? 
Son importantes porque, al girar,la respiración deja que vayas en una dirección diferente. 
Estaba con­tigo cuando entraba; estará de nuevo contigo cuan­do salga.
Pero en el momento del giro no está contigo y tú no estás con ella. 
En ese momento, la respiración es diferente a ti, y tú eres diferente a ella: si la respiración es vida, entonces estás muer­to; si respirar es tu cuerpo, entonces eres no-cuer­po *; si respirar es tu mente, entonces estás sin mente... en ese momento
Me pregunto si lo has observado o no: si paras tu respiración, la mente se para de repente. 
Si pa­ras tu respiración ahora mismo, tu mente se parará de pronto; la mente no puede funcionar. 
Una inte­rrupción repentina de la respiración, y la mente se para. 
¿Por qué? 
Porque están separadas. 
Sólo la respiración en movimiento está unida a la mente, al cuerpo; una respiración inmóvil está separada. 
Entonces estás en punto muerto. 
El coche está funcionando, está arrancado, el coche está hacien­do ruido -está listo para avanzar-, pero no tiene metida ninguna marcha, de modo que la carroce­ría del coche y el mecanismo del coche no están unidos. 
El coche está dividido en dos. Está listo para moverse, pero el mecanismo del movimiento no está unido a él.  
Lo mismo sucede cuando la respiración da un giro. 
No estás unido a ella. 
En ese momento, pue­des tomar conciencia fácilmente de quién eres. 
¿Qué es este ser? 
¿Qué es ser? 
¿Quién está dentro de esta casa del cuerpo? 
¿Quién es el amo de la casa? 
¿Soy sólo la casa, o hay también un amo? 
¿Soy sólo el mecanismo, o alguna otra cosa per­mea también este mecanismo?  
En ese intervalo de giro,date cuenta, sé consciente. 
Dice que simple­mente seas consciente del momento de giro, y te conviertes en un alma realizada.
Sé consciente del momento del cambio.
Pero es un momento muy corto; será necesaria una ob­servación muy minuciosa. 
Y no tenemos ninguna capacidad de observación; no podemos observar nada.

Estamos divididos en el centro y la periferia. 
El cuerpo es la periferia; conocemos el cuerpo, conocemos la periferia. 
Conocemos la circunfe­rencia, pero no sabemos dónde está el centro.
Cuando la inspiración se fusiona con la espira­ción, cuando se hacen una, cuando no puedes decir si se trata de la inspiración o de la espiración..., cuando es difícil determinar y definir si la respira­ción está saliendo o entrando, cuando la respiración ha entrado y comienza a salir, hay un momento de fusión. 
No está ni saliendo ni entrando. 
La respi­ración se halla estática. 
Cuando está saliendo es dinámica; cuando está entrando es estática. 
Cuan­do no está haciendo ninguna de las dos cosas, cuando está silenciosa, inmóvil, estás cerca del centro.  
El punto de fusión de la inspiración y la espiración es tu centro. 
Considéralo de esta manera: cuando la respira­ción entra, ¿adónde va? 
Va a tu centro, toca tu centro. 
Cuando sale, ¿de dónde sale? 
Sale de tu cen­tro. 
Tu centro ha sido tocado.
Por eso los místicos taoístas y los místicos Zen dicen que la cabeza no es el centro; el ombligo es tu centro. 
La respira­ción va al ombligo, y luego sale. 
Va al centro.


Como dije, hay un puente entre tú y tu cuerpo. 
Conoces el cuerpo, pero no sabes dónde está tu centro.  
La respiración está yendo constantemente al centro y saliendo, pero no estás tomando sufi­ciente aliento. 
Por eso normalmente no va real­mente al centro; ahora, al menos, no está yendo al centro. 
Es por eso por lo que todo el mundo se siente «descentrado». 
En todo el mundo moderno, los que pueden pensar notan que no están dando en su centro.
Observa a un niño durmiendo, observa su res­piración. 


La respiración entra; el abdomen se hin­cha. 
La respiración no afecta al pecho. 
Por eso es que los niños no tienen pecho, sólo abdomen; un abdomen muy dinámico. La respiración entra y el ab­domen se hincha; la respiración sale y el abdomen se deshincha; el abdomen se mueve. 
Los niños es­tán en su centro. 
Por eso son tan felices, tan llenos de gozo, tan llenos de energía, jamás cansados; re­bosantes, y siempre en el momento presente, sin pasado ni futuro.

Un niño se puede enfadar. 
Cuando está enfada­do, se encuentra totalmente enfadado; se convier­te en la ira. 
Entonces su ira también es bella. 
Cuando uno está totalmente enfadado, la ira tiene una belleza propia, porque la totalidad siempre tiene belleza.

Tú no puedes estar enfadado y ser bello; te vuelves feo, porque la parcialidad siempre es fea y no sólo con la ira. 
Cuando amas eres feo por­que, de nuevo, eres parcial, fragmentario; no eres total. 
Observa tu cara cuando estés amando a al­guien, haciendo el amor. 
Haz el amor ante un es­pejo y observa tu cara: será fea, como de animal. 
En el amor tu cara también se vuelve fea. ¿Por qué? 
El amor también es un conflicto, estás refre­nando algo. 
Estás dando muy avaramente. 
Ni si­quiera en el amor eres total; no das completamen­te, totalmente.
Un niño es total incluso en la ira y la violencia. 
Su cara se vuelve radiante y bella; está aquí y aho­ra. 
Su ira no es algo que se preocupa por el pasado o algo que se preocupa por el futuro; no está cal­culando, está simplemente enfadado. 
El niño está en su centro.Cuando estás en tu centro, siempre eres total. 
Hagas lo que hagas, será un acto total; bueno o malo, será total. 
Cuando eres fragmenta­rio, cuando estás fuera de tu centro, cada uno de tus actos está abocado a ser un fragmento de ti mismo. 
u totalidad no está respondiendo; sólo una parte, y la parte está yendo en contra del todo: eso crea fealdad.

Todos fuimos niños.
¿Por qué cuando crecemos nuestra respiración sé vuelve superficial? 
Nunca va al abdomen; nunca toca el ombligo. 
Si pudiera ba­jar más y más, se volvería menos y menos superficial, pero toca sólo el pecho y sale. 
Nunca va al centro. 
Tienes miedo del centro, porque si vas al cen­tro te volverás total. 
Si quieres ser fragmentario, éste es el mecanismo para ser fragmentario. 
Tienes miedo. 
Tienes miedo a ser tan vulnerable, tan abierto a alguien, a quien sea. 
Puede que lo llames tu amante, puede que la llames tu amada, pero tienes miedo. 
La otra persona está ahí. 
Si eres totalmente vulnerable, abierto, no sabes lo que va a pasar.
Entonces eres completamente, en otro sentido. 
Tienes miedo a darte tan completa­mente a alguien. 
No puedes respirar; no puedes res­pirar hondo. 
o puedes relajar tu respiración para que vaya al centro; porque en cuanto la respiración va al centro, tus actos se vuelven totales.
Como te asusta ser total, respiras superficial­mente. 
Respiras de modo mínimo, no de modo máximo. 
Por eso la vida parece tan sin vida.  
Si es­tás respirando de modo mínimo, la vida se volverá sin vida; estás viviendo en grado mínimo, no má­ximo. 
Puedes vivir al máximo: entonces la vida es desbordante. 
Pero entonces habrá dificultades. 
No puedes ser un marido, no puedes ser una esposa, si la vida es desbordante. 
Todo se volverá difícil.
Si la vida es desbordante, el amor será desbor­dante. 
Entonces no te puedes atar a uno. 
Entonces estarás fluyendo por todas partes; llenarás todas las dimensiones. 
Y entonces la mente advierte pe­ligro, de modo que es mejor no estar vivo. 
Cuanto más muerto estás, más seguro estás. 
Cuanto más muerto estás, más está todo bajo control.
Puedes controlar; entonces sigues siendo el amo. 
Te sien­tes el amo porque puedes controlar. 
Puedes controlar tu ira, puedes controlar tu amor, puedes controlarlo todo. 
Pero este control sólo es posible en el grado mínimo de tu energía.

Todo el mundo debe de haber sentido alguna vez que hay momentos en los que, de pronto, se cambia del grado mínimo al máximo. 
Vas a un pa­raje de montaña. 
De pronto estás fuera de la ciu­dad y de su prisión. 
Te sientes libre. 
El cielo es in­menso, y el bosque es verde, y la cumbre toca las nubes. 
De repente respiras profundamente. 
Puede que no lo hayas observado. ­

Si vas a un paraje de montaña, observa. 
En rea­lidad, no es el paraje de montaña lo que produce el cambio. 
Es tu respiración. 
Aspiras profundamente. 
Dices: «¡Ah! ¡Ah!» Tocas el centro, te vuelves to­tal por un momento, y todo es dicha. Esa dicha no proviene del paraje de montaña, esa dicha provie­ne de tu centro: lo has tocado de pronto.

En la ciudad tenías miedo. 
Allí por todas par­tes estaban presentes otros, y te estabas controlando. 
No podías gritar, no podías reír. 
¡Qué pena! 
No podías cantar y bailar en la calle. 
Tenías mie­do: había algún policía cerca, a la vuelta de la es­quina, o el sacerdote o el juez o el político o el moralista.
Había alguien a la vuelta de la esquina, así que no podías bailar en la calle.

Bertrand Russell ha dicho en alguna parte: «Amo la civilización, pero hemos logrado la civi­lización a un precio muy alto.» No puedes bailar en la calle, pero puedes ir a un paraje de montaña y, de repente, bailar. Estás sólo con el cielo, y el cielo no es una prisión. Es sólo apertura, apertura y apertura: inmenso, infinito. De pronto, respiras profundamente, la respiración toca tu centro y sobreviene la dicha. Pero no dura mucho. En una hora o dos, el paraje de montaña desaparecerá. Puede que estés allí, pero el paraje de montaña desaparecerá.

Volverán tus preocupaciones. Empezarás a pensar en llamar a la ciudad, en escribir una carta a tu pareja, o empezarás a pensar que, como vas a volver dentro de tres días, deberías hacer prepara­tivos. Acabas de llegar y ya estás haciendo prepa­rativos. Has vuelto.

En realidad, tu respiración no tenía que ver contigo; sucedió de repente. Debido al cambio de situación, la marcha cambió. Estabas en una nue­va situación, no podías respirar como antes, así que, por un momento, hubo una nueva respira­ción. Tocó el centro, y sentiste la dicha.




Respira profunda, lentamente. 
Toca el cen­tro; no respires desde el pecho: ése es uno de los trucos.

("El libro de los Secretos"-Vol I-Osho)