miércoles, 22 de junio de 2011

Mentira y Comunicación Social - La paradoja social de la mentira (José Luis Pintos)

Mentira y Comunicación Social



La paradoja social de la mentira
  
El mentiroso utiliza los signos válidos, las palabras,
para que lo irreal aparezca como real
 
F. Nietzsche

En los procesos comunicativos que mantienen a las sociedades en pie lo que importa no es la corrección o incorrección de las formas, la veracidad o mendacidad de las fuentes de información, la verosimilitud o inverosimilitud de las versiones acerca de lo que se comunica.
Lo que importa, lo que mantiene a una sociedad es la permanencia de los procesos selectivos que supone la comunicación.
Sólo si la comunicación se interrumpe, sólo si deja de producirse comprensión, si dejan de producirse posibilidades diferenciadas de sentido, dejan las sociedades de reproducirse como sistemas funcionalmente diferenciados que responden a las necesidades de sus entornos en los que se ubican los seres sociales.
La comunicación no es la señal que conecta el emisor y el receptor.
Supone la señal, pero no es la señal.
La señal implica una definición técnica indicada por parámetros cuantitativos optimizables.
La señal es un instrumento de transporte de mercancías cualitativamente diferenciadas.
La complejidad de la transmisión de la señal se reduce por el ajuste de los parámetros, por la supresión de los ruidos, por la correspondencia de los procesos codificadores y descodificadores.
La señal no es recurrente sino concurrente, debe tener rendimientos constantes no alterados por el paso del tiempo.
Los procesos selectivos y las posibilidades son fijos y limitados.
En la señal se pueden producir errores y corregirlos, no se producen engaños. 
En la comunicación se produce una elevada complejidad que sólo se puede resolver selectivamente a través de la recursividad incorporando el tiempo y sus variaciones en los procesos recíprocos de los sistemas que se comunican.

Si asumimos esta perspectiva, que podemos denominar de “constructivismo sistémico” tenemos que atender a un nuevo planteamiento de cuestiones que anteriormente se daban por supuestas:
1. la verdad como adecuación;
2. la distinción entre las apariencias y lo esencial;
3. la naturalidad de las evidencias.

Un tratamiento completo de estas cuestiones es inadecuado para los fines de este escrito, pero no queremos dejar de hacer algunos comentarios que nos permitirán aclarar nuestra posición.

Ampliemos la cita anteriormente iniciada de Nietzsche:

    La verdad es un rebaño móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, dicho brevemente, una suma de relaciones humanas que medraron poética y retóricamente, fueron transmitidas y enriquecidas y que tras un largo uso por un pueblo se tuvieron como fijas, canónicas y vinculantes. Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado lo que son: metáforas que por el uso se han vuelto débiles y absurdas, monedas que han perdido su imagen y que ya no podemos considerar monedas sino trozos de metal
La verdad está vinculada a la vida de un pueblo, por lo tanto a un conjunto complejo de variaciones que no se puede fijar en el tiempo, salvo que se pretenda destruir su valor, su sentido.
El valor de la verdad no depende de una correlación estabilizada a la que se pudiera referir el hablante como establecida fuera de su tiempo, sino que está vinculado al transcurrir en el tiempo de las relaciones humanas de las que es metáfora, transformación, distorsión, imaginación.
De ahí la profunda corrupción de la comunicación humana que supone hablar de “verdades  eternas”, de “verdad absoluta”

Por eso las posiciones de poder pretenden apropiarse de la verdad no por ella misma sino por los efectos que produce en otro de definición de la situación, de construcción de su realidad .
La verdad como “adecuación” es el mecanismo que trata de construir un proceso complejo y plural presentándolo como simple correspondencia de “una” verdad con “una” realidad .
Porque la única manera de perpetuar un sistema de dominación es introduciendo el imaginario social de la ontología monoteísta, sustituyendo la operación y la acción por la referencia permanente a un centro estable y perdurable.

Esto se hace posible mediante los dos procesos aludidos más arriba: el tradicional “hilemorfismo” que separa las apariencias, los efectos de superficie, las variaciones de lo accidental de la esencia oculta de las cosas y las personas que no forma parte de la percepción, que no es observable pero que es la única referencia explicativa posible de que las formas adquieran consistencia; el otro proceso es el de la naturalización de las evidencias, que permite eludir todo tipo de crítica y discusión sobre aquello que adquiere la característica de la naturalidad.
Estos dos procesos impiden esclarecer la complejidad de los mecanismos que producen el conocimiento sustituyendo la diferencia por la identidad.

Tenemos así planteado de otra manera el problema clásico de la vinculación de la verdad y la mentira en el contexto de la comunicación. Desde una perspectiva sociocibernética [18], se podría establecer una observación de segundo orden [19] sobre el observador que emplea como su punto ciego la distinción verdad / mentira.

Tres situaciones en tres momentos distintos de la evolución de un individuo:

Asumamos tres situaciones diferenciadas en tres momentos distintos de la evolución de un individuo:
  1. El niño que recibe los regalos de “los Reyes Magos”, “Papá Noel”, “Santa Claus”, etc.las explicaciones que recibe de sus padres le convencen inicialmente, pues explican las circunstancias bastante inexplicables del hecho de recibir los regalos. Pero poco a poco le van entrando “dudas de fe” por las conversaciones con los colegas mayores de la escuela, por pequeños detalles que va descubriendo, etc. Sin embargo el fundamento de su creencia es muy firme. Son sus padres, aquellos en los que puede confiar, los que le describen el fenómeno y sus causas. Pero las “evidencias” comienzan a resquebrajarse; si hay hermanos mayores esto sucede tempranamente: “Mis padres me mienten, me engañan. Esto no es posible”. Comienza así la primera gran crisis de confianza en los individuos nacidos en culturas cristianas [20]. He ahí al niño enfrentado por primera vez a la cuestión de definir si algo es o no realidad por el testimonio de otros. Y aquí comienza la larga letanía de las “mentiras piadosas” que nos acompañará hasta nuestro lecho de muerte [21]. Se nos miente “por nuestro bien”. Pero en la conciencia de los mentirosos y los engañadores no está funcionando la distinción verdad/mentira como su punto ciego. Más bien lo que podemos observar como distinción oculta es la de “ilusión / realidad”. Frente a la “dureza de la vida cotidiana”, su sometimiento a las reglas siniestras del mercado, su vivencia cosificada y destruida en su autorreferencia, se afirma la realidad de la gratuidad, el don, el goce y la alegría de la fiesta.
  2. El joven o la joven que eligen pareja para establecer una convivencia duraderase supone que esa elección implica también la confianza en que el otro me dice la verdad, no me miente acerca de su persona, de sus intereses, de sus vicios y su virtudes. Se supone que el “enamoramiento” no deja fuera de juego un ejercicio mínimamente “racional” de la confianza, y que por tanto el sentimiento y la emoción no me llevan a mentir a mi pareja sobre cuestiones fundamentales. Pero no mentir ¿es decir toda la verdad o verdades acerca de todo? Ciertamente, es común experimentar la transparencia total como imposible; “sólo pueden, sin peligro, “darse” por entero, aquellas personas que no “pueden” darse por entero, porque la riqueza de su alma consiste en una renovación constante” [22]. El uso de la distinción “verdad / mentira” implicaría, en este caso el predominio de la heterorreferencia sobre la autorreferencia, la dependencia de criterios externos de validez para juzgar la viabilidad de la vivencia en común. Lo que últimamente desembocaría en la forma  “contrato” por la que se pretende decidir el futuro desde el pasado. Pero la única forma creativa de definir un futuro en común es desde la distinción “posibilidad / selección” como recorrido recurrente que va más allá de las leyes y sus transgresiones y que define el campo de la realidad como la realización de posibilidades.
  3. El enfermo ante el diagnóstico del médico: una persona adulta se hace un conjunto de análisis médicos de los que se derivan un diagnóstico específico y un tratamiento. Existe la posibilidad que se trate de un cáncer y que sus posibilidades de supervivencia estén severamente limitadas. ¿Qué actitud toma el enfermo? ¿Necesita saber a toda costa la “verdad”? ¿Qué actitud toman los familiares y amigos? ¿Tienen que “mentirle”? Son conocidas las dos posturas claramente diferenciadas: las de los que quieren saber con toda exactitud el diagnóstico y los que prefieren ignorarlo. Ambos se parecen en que siguen empleando la distinción “verdad” / “mentira” como  un código binario de aparente exactitud y necesidad. Ambos excluyen o tratan de excluir la “contingencia”, la indeterminación, la probabilidad, la posibilidad de la sorpresa. Piensan que el futuro está decidido en el pasado y por tanto huelga vivir la angustia del presente. Porque la “mentira” acerca del diagnóstico puede devenir en verdad por el tratamiento y la respuesta global del individuo y, correlativamente, la verdad acerca de un diagnóstico puede devenir mentira por la misma causa. ¿Qué es lo que nos parece que se está considerando como distinción básica más allá de la de verdad / mentira? Pues lo que se está construyendo es la realidad de la vida cuya culminación es la muerte. Y esa realidad se construye utilizando los imaginarios que acerca de la vida y la muerte están vigentes en nuestras sociedades.
En cada uno de estos casos podemos observar, desde nuestra posición de observador de segundo orden que la distinción con que operan los observadores de primer orden no es la que ellos creen utilizar, la distinción verdad/mentira, sino las distinciones correspondientes a los imaginarios sociales que operan en cada situación concreta, a través de los cuales podemos llegar a percibir algo como real.

Digresión sobre la manipulación mediática

En el cuerpo del texto hemos aludido al tópico de la “manipulación”. Es frecuente escuchar quejas acerca del poder de la televisión “que manipula a la gente” o que“manipula la realidad”. 
Recientemente se han publicado varios ensayos de autores conocidos por su competencia en otras materias que de una u otra forma hacen la crítica del medio televisivo.

Da la impresión de que las abundantes reflexiones y análisis que se han producido en los últimos 20 ó 30 años sobre la comunicación, los medios, las imágenes y los imaginarios no han servido para que algunos “intelectuales”  asuman el papel que les asignaba Octavio Paz. 

El de la manipulación es un viejo tema en las ciencias sociales y ampliamente tratado desde diferentes perspectivas, sobre todo en las épocas más ideológicas del siglo pasado.
Junto con el concepto de “alienación” servía para explicar por qué la gente no hacía o no pensaba como algunos intelectuales iluminados deseaban que lo hicieran.
 Actualmente vuelve uno a escuchar, cuando plantea cuestiones como la que abordo en este escrito, la dichosa explicación evidente de la desinformación: “la televisión manipula los hechos presentando unos y no otros y hace creer (engaña) a la gente que, por desgracia, se cree las “mentiras de la TV” 

Este tipo de afirmaciones bienintencionadas tiene un defecto: suponen que solamente existe una realidad, una verdad y que es posible acceder a ella y presentarla como lo que es.
Suprime todo el proceso constructivo comunicativo.
Hace ya bastantes años uno de los más interesantes sociólogos estadounidenses, W.I. Thomas estableció lo que posteriormente se conoció como el “Teorema de Thomas”:

    Si los individuos definen las situaciones como reales, son reales en sus consecuencias
Dicho en otras palabras: la realidad de las consecuencias no implica la realidad de los antecedentes sino de la capacidad creativa o credencial de los actuantes.
No tiene por qué haber marcianos para que mucha gente huya de las ciudades y se genere la realidad del caos producido por una huida masiva de ciudadanos.
La manipulación sólo se daría, p.e., en el primer caso que presentamos en este apartado: a) hay una realidad “verdadera”: los padres compran los regalos de sus hijos; b) hay un hecho incontrovertible: los hijos reciben realmente los regalos; y c) hay una explicación engañosa -“manipulada”- del hecho: “han sido los Reyes Magos”. 
Paradójicamente la generalización de las comunicaciones televisivas ha planteado nuevos y “graves” problemas a esa explicación y ha obligado a adornar con floridos recursos estilísticos, todos ellos mendaces, las formas anteriores de manipulación.

La manipulación no es posible cuando accedemos a las diferentes versiones que informan acerca de un suceso. 
No hay manipulación cuando las diferentes perspectivas de construcción de la realidad de un hecho, p.e., un partido de fútbol son accesibles al espectador. 
El espectador no es manipulado por el medio, sino que interpreta desde su propia perspectiva los diferentes puntos de vista que nos proporcionan la pluralidad de cámaras y la moviola. 
Y todavía quedan las opiniones y discusiones de los expertos, los juicios de valor sobre la actuación arbitral y el tratamiento de las irregularidades o las sanciones por los organismos burocráticos (¡!).

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