Nostalgia y Depresión
Dr.Enrique Probst
Nacido
el 28 de noviembre de 1931, en Montevideo,Uruguay, el Dr. Enrique Probst Dinerstein es un destacado
psiquiatra,que ha publicado una serie de muy buenos libros y trabajos
sobre tópicos muy interesantes de su especialidad.
Este post, tomado de su publicación Fronteras Invisibles
como se puede leer, incluye hasta la letra de un tango, para ilustrar
mejor la exposición y argumentos sobre el vínculo entre los dos temas
tratados :Nostalgia y depresión.
Aquí les dejo parte de los títulos publicados:
-Entre la reminiscencia y el miedo.
-Cuentos y algo más.
-Psiquiatría para
no creyente
-Perturbaciones narcisísticas en la adolescencia y suicidio-
-Fronteras invisibles
Cuando se habla de la gran prevalencia que tienen los estados depresivos en las consultas que se realizan a los psiquiatras y psicólogos y cuando se realizan estudios epidemiológicos que tratan de determinarla en las diversas poblaciones, se están señalando hechos que solo en parte pueden ser verdaderos.
Este juicio está sustentado en la creencia que no todos los psiquiatras y psicólogos se percatan de las características distintivas de los fenómenos señalados y por otra parte, en que los instrumentos que se utilizan en la investigación epidemiológica no discriminan claramente entre los afectos estudiados.
Desde la nostalgia
Para muchos resulta evidente la existencia de similitudes y diferencias entre la tristeza y la depresión.
A pesar de que el formidable avance de las neurociencias nos tiene a todos asombrados, que yo sepa, ellas recién en los últimos tiempos se han planteado el problema.
Al respecto es interesante señalar que la tomografía por emisión de positrones ha posibilitado la exploración de las estructuras neuroanatómicas cerebrales involucradas funcionalmente en la expresión de diversas emociones de la vida cotidiana, como ser los estados de felicidad, tristeza y disgusto.
Quisiera abordar, en esta oportunidad, algunas problemáticas de la depresión desde el plano de la psicopatología.
Me valdré para ello de un recorrido que se inicia en un fenómeno conocido por todos: la nostalgia.
Creo que ésta contiene alguna de las claves que pueden arrojar cierta luz a la pregunta que subyace a esta reflexión: ¿Por qué existe la depresión?
María Moliner en su diccionario del uso del español nos señala que la palabra nostalgia es de creación moderna y está compuesta con las raíces del griego nostos, regreso y algos, dolor.
Implica claramente un estado de añoranza, una tristeza por estar ausente de la patria, del hogar, de los seres queridos.
Termina, esta filóloga española hace poco desaparecida, diciendo: es la pena por el recuerdo de un ser querido.
Esta ligazón de la nostalgia con la memoria ha sido soslayada en diversos contextos.
Emilio Lledó, en el prefacio de su libro “El surco del tiempo”, que es un excelente texto sobre el mito platónico de la escritura y la memoria, rescata un fragmento de la Odisea donde se cuenta de la llegada de Ulises y sus compañeros a la tierra de los lotófagos, es decir los comedores de loto.
Esa extraña planta de color rojizo y de un sabor extremadamente dulce como la miel, tenía la característica de provocar, en aquellos que la ingerían, el olvido.
Ulises advirtió rápidamente el peligro que representaba tal práctica y condujo obligadamente a sus compañeros a las naves.
Los ató a los bancos, no fuera que alguno de ellos cediera a la tentación y comiera el exquisito loto, olvidándose entonces del regreso a la patria.
La nostalgia se alimenta de una dolorosa y permanente tensión que liga al sujeto a su pasado interactivamente presentificado y que trata de futurizarlo imaginariamente a través de un anhelado reencuentro.
La nostalgia también se construye sobre esa capacidad de la mente que los psicólogos han denominado memoria y que opera, como sabemos, de muy diversa manera.
El fenómeno de la nostalgia ha sido abordado en su estudio desde múltiples perspectivas. Una de ellas es la histórico social.
Mircea Eliade ha investigado a las sociedades arcaicas y constatado su rebelión contra el tiempo concreto e histórico.
Además ha destacado la permanente nostalgia expresada en un retorno periódico al tiempo mítico de los orígenes y que denomina el tiempo magno.
Todo su libro sobre “El mito del eterno retorno”, es testimonio de su esfuerzo por concebir a ese eterno retorno, no como el efecto de las tendencias conservadoras de las sociedades primitivas, sino como expresión de una verdadera valoración metafísica de la existencia.
La nostalgia está arraigada en la esencia del ser humano y testimonio de ello es que permanentemente se ve expresada en las creaciones artísticas.
Vaya, entonces, un ejemplo que para nosotros, los rioplatenses, cala muy hondo.
Corría el año 1935 en Buenos Aires y en el teatro Smart se preparaba una revista musical titulada: El cantor de Buenos Aires.
Se presentó para su inclusión en un tango canción titulado “Nostalgias” que fue rechazado, no se sabe porqué, por los responsables de la puesta en escena.
Sin embargo, al año siguiente, en 1936, un conjunto de música dirigido por Juan Carlos Cobián conseguía estrenarlo en el Charleston, un conocido centro nocturno de la calle Florida.
Desde aquel entonces ese tango canción, cuya música pertenece al mismo Juan Carlos Cobián y cuya letra obedece a la inspiración de Enrique Cadícamo, ha recorrido el mundo entero manteniendo una permanente adhesión de todos los auditorios.
Es difícil sustraerse a la emoción que genera el:
Nostalgias
de escuchar su risa loca
y sentir junto a mi boca
como un fuego, su respiración.
Angustia
de sentirme abandonado
y pensar que otro a su lado
pronto pronto le hablará de amor.
¡Hermano!
Yo no quiero rebajarme
ni pedirle, ni llorarle,
ni decirle que no puedo más vivir.
Desde mi triste soledad veré caer
las rosas muertas de mi juventud.
Distinción entre
Sentimientos y emociones
La nostalgia se liga entonces, explícitamente en estos versos con la angustia, el abandono, la soledad y la pérdida de la juventud.
El psicoanálisis nos invitaría a transitar por el laberinto de las pérdidas de objetos y los recortes narcisisticos.
Pero antes de decir algo al respecto recordemos que la nostalgia, la tristeza y la depresión son considerados por la psicología como sentimientos.
En realidad resulta arduo el poder definir qué son los sentimientos y aún más el poder diferenciarlos.
Hasta tal punto existe una real dificultad que algunos han tratado de definirlos por la negativa.
Es decir, que los sentimientos serían lo que no es percepción, ni pensamiento, ni instinto.
Como bien señalaba López Ibor en sus recordadas Lecciones de psicología médica sentimiento sería lo que no es una vida objetivable.
¿Pero por qué hablar de sentimientos y no de emociones?
Habitualmente se señala en todos los Manuales de psicología que las emociones son súbitas, reactivas y transitorias, a diferencia de los sentimientos que poseen la característica de ser más permanentes.
Además, por otra parte, es notorio que el correlato somático de la emoción es más patente y evidente que en la vida sentimental.
Pero el sentimiento ofrece esa característica inédita de nutrirse a sí mismo, a pesar de que frecuentemente se cristaliza en un objeto determinado.
También se ha discurrido mucho acerca de la diferencia entre un sentimiento y una pasión.
Por otra parte, se ha analizado y discutido acerca de la diferencia entre sensación:La persona afecta de un determinado sentimiento tiene, en general, la convicción de que él lo ha creado a diferencia de la pasión, en el que el sujeto se experimenta como arrastrado por ella, implicando en cierta medida una situación de pasividad.
Se ha acotado que la sensación en general es localizada, que ella posee un umbral y en cierta medida puede ser objetivable.
Los sentimientos, en cambio, son más difusos y son verdaderos estados del yo.
Esta era la tesis que sostenía Scheler y que hoy deseo rescatar.
Quiero partir de este punto, a efectos de poder expresar ciertas ideas que he elaborado acerca de algunas de las diferencias existentes entre la tristeza y la depresión.
Se repite con frecuencia que la depresión es la patología de la tristeza.
Pero la literatura psiquiátrica utiliza la denominación de estados afectivos, donde incluyen todo lo que hemos tratado de diferenciar: emociones, sentimientos y pasiones.
No entraremos en la temática que los manuales clasificatorios habituales resuelven ingenuamente.
Ninguno de ellos tiene la fineza de discriminar las complejidades y matices de los estados afectivos.
Dijimos que los sentimientos son estado del yo pero debemos resaltar, sobre todo a insistencia del pensamiento fenomenológico que ellos poseen una intencionalidad.
Este concepto de intencionalidad tiene una larga historia en el pensamiento filosófico.
Sobre todo para la escolástica que le daba, por un lado, un sentido lógico explicando la representación que la conciencia se hacía de sus objetos.
De esta manera distinguía a las intenciones sensibles y a las intenciones intelectuales.
Por otro lado, también le daba al concepto un sentido ético.
El tender hacia otra cosa implicaba siempre un sentido moral: una intentio finis que procede de la voluntad.
El aporte de la fenomenología sobre todo la de Husserl ha sido básico, concibiendo a la intencionalidad como la relación fundamental según la cual toda conciencia es conciencia de algo.
Con ello se significa que la conciencia no puede presentarse a sí misma sino como conciencia vinculada a un mundo ya dado o ya ahí y hacia el cual intenta proyectarse.
Esta noción de intencionalidad desde esta perspectiva se vincula estrechamente con la de significación porque -como señala Noiray- si la conciencia no existe más que por sus objetos, correlativamente los objetos, solo tienen sentido por la proyección de la conciencia hacia ellos.
Este enfoque borra de un plumazo la vieja y eterna disputa entre el realismo y el idealismo.
Lo que ahora me interesa destacar -y esto desde las perspectivas del psicoanálisis- es que las experiencias originales, de las cuales el sujeto no es consciente, provee a la conciencia de una serie de significaciones que ella misma es incapaz de justificar.
Las consecuencias de esto son muy importantes para clarificar la psicopatología y el psicoanálisis tiene mucho para decir introduciendo el deseo como uno de los motores de los fenómenos psíquicos.
Hace muchos años Jaspers intentó fenomenológicamente describir la experiencia del sujeto acerca de las cualidades que posee la vivencia del sí mismo.
Me interesa destacar el señalamiento de Jaspers acerca del sentido de unicidad que posee el individuo a través -como diría Levinas- de la duración del tiempo.
A pesar de que los contenidos del pensamiento y los juicios de valor hayan mudado intensamente a través de la experiencia de la vida, no se pierde normalmente, la capacidad de experimentar la vivencia de que se es siempre el mismo.
Obviamente ésta es una propiedad del ser humano que le permite fundar su identidad y que requiere en primer lugar la integridad del instrumento mnésico.
La patología demencial nos da claros ejemplos de ello.
Pero es necesario para consolidar la identidad la condición de los procesos de identificación, tema del que el psicoanálisis se ha ocupado in extenso.
Desearía destacar a este respecto las condiciones acerca de cómo éstas se producen en los primeros tiempos de la vida.
Teóricamente podemos pensar que las identificaciones pueden realizarse de distinta manera, según sean las condiciones en que el aspecto representativo y el afecto concomitante se desarrollen.
García Badaracco ha trabajado in extenso con el concepto de las identificaciones enloquecedoras.
Pienso que estos aspectos patogénicos deben relacionarse a las condiciones de estabilidad de la representatividad posible, pudiendo éstas tener un grado de endeblez e incertidumbre tal, que desde el inicio del desarrollo del yo se determine su futura alteración.
Freud señaló en su conocido trabajo sobre “Duelo y melancolía “el proceso regresivo que se produce de la relación objetal a la identificación en ciertas situaciones de pérdida o duelo.
Pero en relación al afecto Freud en otro texto clásico: “Inhibición, síntoma y angustia”, expresó que dichos afectos podían ser concebidos por sí mismos, como reproducciones de antiguos acontecimientos de importancia vital para el sujeto.
Es sabido que muchos años atrás Freud había descubierto el diverso destino que podía seguir el afecto y la representación en las diversas condiciones psicopatológicas.
Pero el propio afecto, al parecer disociado en su destino de la representación puede -como señala Guillaumin en su análisis del tema en la obra de Freud- estar expresando en su propia descarga energética la imposibilidad de que se hubiesen realizado ligazones suficientes con las estructuras cognitivas, es decir las representaciones.
Dicho de otra manera: el afecto estaría ocupando el lugar de una huella mnémica, de una representación imposibilitada, por alguna circunstancia, de consolidarse en la noche del comienzo de la ontogénesis.
En ese illo tempore, época de las identificaciones primarias, existiría una falla de la representatividad pasando el afecto entonces a testimoniar, con su presencia, dicha perturbación.
La tristeza que nos embarga cuando nos hemos sentido afectados y frustrados, toma en cierto sentido el carácter transitorio de una emoción.
Hemos aprendido un repertorio de estilos defensivos para desembarazarnos de ella.
En ocasiones, sobre todo en situaciones de pérdida, nos domina y nos embarga a tal punto que los psiquiatras hemos inventado el término de humor triste para dar cuenta de la persistencia en el tiempo de dicho fenómeno.
En este caso el fenómeno tiene las características de un sentimiento.
El aspecto representativo conciente da cuenta, en general fácilmente al observador, de una relación de comprensibilidad entre el afecto y la representación.
Sin embargo el problema no es tan sencillo, ya que como agudamente lo ha señalado Lacan, la relación de comprensión sobre la cual tanto insistía Jaspers, no es igual a la relación de sentido que se revela en el trabajo analítico con el inconciente.
Esta nos permite ligar a los diversos grupos representativos de manera insospechada. El análisis nos permite soslayar las frecuentes sobredeterminaciones del estar triste por.
Conclusión: los niveles del funcionamiento conciente dan cuenta muy parcialmente del porqué estamos tristes.
La depresión