martes, 16 de octubre de 2012

DISCURSO QUE TENDRIA ÉXITO (¿Quiere usted ser diputado?) Roberto Arlt de "Aguafuertes Porteñas"

 DISCURSO QUE TENDRIA ÉXITO 
(¿Quiere usted ser diputado?) 
Roberto Arlt de "Aguafuertes Porteñas" Revista Proa
Año 1933

"¿QUIERE SER USTED DIPUTADO?
Si usted quiere ser diputado, no hable en favor de las remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño.
No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas partes:
-Soy un ladrón, he robado... he robado todo lo que he podido y siempre."



Enternecimiento
Así se expresa un aspirante a diputado en una novela de Octavio Mir­beau, "El jardín de los suplicios."
Y si usted es aspirante a candidato a diputado, siga el consejo.
Ex­clame por todas partes:
-He robado, he robado.
La gente se enternece frente a tanta sinceridad.
Y ahora le explicaré.
Todos los sinvergüenzas que aspiran a chuparle la sangre al país y a ven­derlo a empresas extranjeras, todos los sinvergüenzas del pasado, el pre­sente y el futuro, tuvieron la mala costumbre de hablar a la gente de su honestidad.
Ellos "eran honestos". "Ellos aspiraban a desempeñar una administración honesta."
Hablaron tanto de honestidad, que no había pulgada cuadrada en el suelo donde se quisiera escupir, que no se escu­piera de paso a la honestidad.
Embaldosaron y empedraron a la ciudad de honestidad.
La palabra honestidad ha estado y está en la boca de cual­quier atorrante que se para en el primer guardacantón y exclama que "el país necesita gente honesta".
No hay prontuariado con antecedentes de fiscal de mesa y de subsecretario de comité que no hable de "honradez".
En definitiva, sobre el país se ha desatado tal catarata de honestidad, que ya no se encuentra un solo pillo auténtico.
No hay malandrino que alar­dee de serlo.
No hay ladrón que se enorgullezca de su profesión.
Y la gen­te, el público, harto de macanas, no quiere saber nada de conferencias.
Ahora, yo que conozco un poco a nuestro público y a los que aspiran a ser candidatos a diputados, les propondré el siguiente discurso.
Creo que sería de un éxito definitivo.




DISCURSO QUE TENDRIA EXITO
He aquí el texto del discurso:
"Señores:
"Aspiro a ser diputado, porque aspiro a robar en grande y a `aco­modarme' mejor.
"Mi finalidad no es salvar al país de la ruina en la que lo han hundi­do las anteriores administraciones de compinches sinvergüenzas; no, se­ñores, no es ese mi elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamen­te, deseo contribuir al trabajo de saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado.
"Robar no es fácil, señores.
 Para robar se necesitan determinadas condiciones que creo no tienen mis rivales. 
Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo soy, no lo duden, señores. 
En segundo término, se necesita ser un traidor, y yo también lo soy, señores.
 Saber venderse oportunamente, no desvergonzadamente, sino "evolutivamente". 
Me per­mito el lujo de inventar el término que será un sustitutivo de traición, so­bre todo necesario en estos tiempos en que vender el país al mejor postor es un trabajo arduo e ímprobo, porque tengo entendido, caballeros, que nuestra posición, es decir, la posición del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas en el actual momento histórico y trascendental. 
Y créanme, señores, yo seré un ladrón, pero antes de vender el país por un plato de lentejas, créanlo..., prefiero ser honrado. 
Abarquen la magni­tud de mi sacrificio y se darán cuenta de que soy un perfecto candidato a diputado.
"Cierto es que quiero robar, pero ¿quién no quiere robar? 
Díganme ustedes quién es el desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese hombre honrado existe, yo me dejo crucificar. 
Mis camaradas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. 
Vende­rán al país por una bicoca, y eso es injusto. 
Yo venderé a mi patria, pero bien vendida. 
Ustedes saben que las arcas del Estado están enjutas, es de­cir, que no tienen un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, yo remataré al país en cien mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco bo­liviano, y no sólo traficaré el Estado, sino que me acomodaré con comer­ciantes, con falsificadores de alimentos, con concesionarios; adquiriré ar­mas inofensivas para el Estado, lo cual es un medio más eficaz de evitar la guerra que teniendo armas de ofensiva efectiva, le regatearé el pienso al caballo del comisario y el bodrio al habitante de la cárcel, y carteles, impuestos a las moscas y a los perros, ladrillos y adoquines... 
¡Lo que no robaré yo, señores! 
¿Qué es lo que no robaré?, díganme ustedes. 
Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio "ipso facto" a mi candidatura...
"Piénsenlo aunque sea un minuto, señores ciudadanos.
 Piénsenlo. 
Yo he robado. 
Soy un gran ladrón. 
Y si ustedes no creen en mi palabra, vayan al Departamento de Policía y consulten mi prontuario. 
Verán qué performance tengo. 
He sido detenido en averiguación de antecedentes co­mo treinta veces; por portación de armas -que no llevaba- otras tan­tas, luego me regeneré y desempeñé la tarea de grupí, rematador falluto, corredor, pesquero, extorsionista, encubridor, agente de investigaciones, ayudante de pesquero porque me exoneraron de investigaciones; fui luego agente judicial, presidente de comité , convencional, he vendi­do quinielas, he sido, a veces, padre de pobres y madre de huérfanas, tuve comercio y quebré, fui acusado de incendio intencional de otro bolichito que tuve... 
Señores, si no me creen, vayan al Departamen­to... verán ustedes que yo soy el único entre todos esos hipócritas que quieren salvar al país, el absolutamente único que puede rematar la última pulgada de tierra argentina...
Incluso, me propongo vender el Congreso e instalar un conventillo o casa de departamento en el Pa­lacio de Justicia, porque si yo ando en libertad es que no hay justicia, señores..."


Con este discurso, lo matan o lo eligen presidente de la República."
Revista Proa Año 1933

jueves, 3 de mayo de 2012

Il vero amore non lascia tracce - Leonard Cohen

Il vero amore non lascia tracce 
Leonard Cohen

Come la bruma non lascia sfregi
Sul verde cupo della collina
Così il mio corpo non lascia sfregi
Su di te e non lo farà mai

Oltre le finestre nel buio
I bambini vengono, i bambini vanno
Come frecce senza bersaglio
Come manette fatte di neve

Il vero amore non lascia tracce
Se tu e io siamo una cosa sola
Si perde nei nostri abbracci
Come stelle contro il sole
Come una foglia cadente può restare
Un momento nell'aria
Così come la tua testa sul mio petto

Così la mia mano sui tuoi capelli

E molte notti resistono
Senza una luna, senza una stella
Così resisteremo noi
Quando uno dei due sarà via, lontano

L’amore (Osho)

"Puoi dire che sono un sognatore
ma non sono il solo
Spero ti unirai anche tu un giorno
e che il mondo diventi uno..."
[John Lennon - Imagine, 1971]



L’amore
(Osho)

L’amore è una pic­cola morte, e la morte è un grande amore; non si tratta di due cose dis­tinte.
L’amore è una pic­cola onda nell’oceano della morte.
Per questo si ha paura dell’amore tanto quanto si ha paura della morte.
La gente sem­plice­mente recita il gioco dell’amore, non ci va a fondo.
Si guarda bene dal pren­dere qual­si­asi impegno, dal coin­vol­gi­mento totale; per­ché, se entri pro­fon­da­mente nel mondo dell’amore, la sua fiamma bru­cia il tuo ego.
La gente ama, o almeno finge, crede di amare, per­ché una vita senza amore non ha senso.
Se non si ama, la vita non ha senso; se si ama davvero, l’ego scom­pare.
Per questo nascono i com­pro­messi: più in là di tanto non si va. Non si arriva mai in pro­fon­dità: si sfiora la super­fi­cie.
E senza amore non si può stare, ci si sente inutili, futili.
La vita diventa un deserto senza senso, senza musica, qual­cosa di des­o­lato.
Ci si limita a veg­etare: non ami vera­mente, non vivi real­mente.
Amare e vivere sono sinonimi.
E’ per questo che si tenta il gioco dell’amore: ci tiene impeg­nati.
Ma non si va vera­mente in pro­fon­dità.
La gente se ne tiene fuori per­ché, se entrasse davvero nella dimen­sione dell’amore, l’ego scomparirebbe.
A quel punto tu non ci saresti più: a quel punto esiste Dio.